Mizaru, Kikazaru e Iwazaru



Este fin de semana me topé con un par artículos sobre experimentos sociales llevados a cabo en Washington D.C. y Londres:


Experimento 1:

Hora y fecha: 7:51 a.m, Viernes, Enero 12, 2007

Lugar: Estación del Metro L'Enfant, en el corazón de las operaciones burócraticas Federales de Estados Unidos. (Entre el Monumento a Washington y el Capitolio, al sur de el Museo Smithsoniano, cerca de un buen número de oficinas Federales).


Un renombrado violinista, Joshua Bell, en playera, cachucha y jeans, saca su multimillonario Stradivarius y toca con pasión seis de las consideradas más hermosas composiciones para violin durante 43 minutos. Resonancia acústica del lugar: casi perfecta. Se contó el número de personas que pasaron enfrente del violinista (escasos 1 a 3 metros). El público ambulante total fué de 1097 transeúntes. Sólo 1 persona lo reconocío (acaba de asistir a uno de sus conciertos), 2 quisieron escucharlo (alguna vez fueron estudiantes violinistas y se quedaron cerca durante escasos 3 minutos), todos los niños pequeños que pasaron, sin falta, voltearon a ver y escuchar, pero fueron apurados o jaloneados por sus mamás para seguir adelante. En un puesto de lotería, había una fila con personas tratando de comprar un boleto, ninguno siquiera volteó a ver quién tocaba. La bolera, se quejaba incesantemente de él, ya que por el "ruido" no podía platicar con sus clientes y ganarse mejor propina (aunque por primera vez, la belleza de la música la detuvo de no llamar a seguridad para que lo retiraran de allí, como a todos los músicos antes que él durante los últimos 6 años). Al final del recital, el violinista recaudó $32 dólares y 17 centavos en esos 43 minutos: $20 vinieron de la persona que lo reconoció, $5 de uno de los que estudió violín y el resto fué depositado por los mil y pico transeúntes restantes. Típico costo del boleto para asistir a un concierto de este violinista: al menos $100 USD. Ganancias típicas del violinista por minuto tocado: $1000 USD (datos del 2007).



Experimento 2:

Hora y fecha: un Sábado por la mañana de Inverno, 2014

Lugar: Centro Comercial, en el corazón de Londres.


Un par de niñas, de siete y cinco años de edad, se turnan para simular que están perdidas, en un ajetreado pasillo de un centro comercial, ya sea sujetando fuertemente un peluche, con caras tristes, preocupadas o hincadas en el suelo con desesperación chupándose el dedo. Se contaron 616 personas que sin duda las vieron: gente con portafolio, parejas, madres de familia, grupos de amigos. Hasta las parejas que iban tomadas de la mano se separaban para poder pasar a través de donde estaba la niña. Algunas mamás las rodearon con sus carritos. Al final sólo una titubeante septuagenaria se regresó a preguntarle si había algún problema.


Aunque algo distantes en fechas y situaciones, reflejan un mismo patrón. Parece ser que las capitales más importantes de cada continente se han especializado en Mizaru, Kikazaru e Iwazaru.


No creo que este comportamiento social sea endémico de las capitales, sino probablemente casi cualquier "gran ciudad" presente los mismos patrones de conducta. ¿Quién en el ajetreo, o su tiempo contado, quiere detenerse a escuchar y dar limosna a un músico en la calle o responsabilizarse del bienestar de una niña perdida en un centro comercial?


En el primer experimento, lo que más resalta a la vista es la pérdida del asombro. Prácticamente nadie se sensibilizó ante música considerada divina, interpretada por un maestro, en vivo, con instrumento y acústica sin igual. Los niños claramente fueron los que nos ayudar a ver como, con la edad, las obligaciones o el día a día, los adultos ya pierden la facultad de descubrir y disfrutar las cosas bellas y hermosas que a veces suceden a nuestro alrededor. Ya ni siquiera nos damos cuenta. Estamos sedados.


En el segundo experimento, la situación es más preocupante: Si como sociedad ya no estamos dispuestos a proteger o auxiliar a los niños, ¿Qué clase de ciudadanos somos y qué estamos sembrando? Probablemente los frutos de esta cosecha no van a ser alentadores.


Estos experimentos invitan a concientizar las consecuencias de nuestra indiferencia y los efectos dañinos en la sociedad, sobre todo a los niños que serán los adultos y líderes del mañana.


Hay tantos niños afectados por el odio e indiferencia actual que ya comienzan a surgir proyectos para ayudar a los jóvenes que se encuentran en camino a la sanación y reintegración social, como el taller “ESPERE” (metodología desarrollada en la Universidad de Harvard por el sociólogo colombiano Leonel Narváez. Debido al éxito que ha tenido el programa, hoy se imparte en 14 países, su eficacia está comprobada y los beneficios de su metodología han logrado transformar comunidades enteras.)


Hay que buscar derrumbar ese "muro" invisible que está dividiéndonos y que sólo genera problemas y no nos permite desarrollar la confianza.


César Gámez

Marzo 23, 2014

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